Todos los niños nacen con un pan bajo el brazo, todos
excepto yo.
Nací en una pequeña aldea, en el seno de una familia humilde y bajo el
peso color plomo del estigma de los prejuicios.
Soy hija de madre soltera.
En el año 1 973 los derechos de la mujer estaban recién
estrenados, empezaban entonces a sacudirse los primeros visos de la libertad
femenina. Pero eso solo ocurría en las grandes ciudades. En Asturias y en la
aldea donde a mí me tocó nacer, imperaban los prejuicios, las costumbres más
arraigadas, los defectos destacaban sobre las virtudes y las acciones era
juzgadas de forma ruda e injusta desde el día de tu nacimiento.
Con 13 años mi madre se preparó lo mejor que sabía, se
vistió con su único conjunto de ropa nueva, y acompañada por sus hermanas, fue
a su primera fiesta.

La invitó a bailar… él también era alto, labios gruesos,
aceptó.
Después de aquel primer baile llegaron otros muchos, siempre
con él, siempre , siempre, siempre con él.
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